viernes, 5 de diciembre de 2014

Los Feminismos, prejuicios e influencia cultural

¿Qué son los feminismos?

Pareciera una osadía pretender definir los feminismos y una ingenuidad referirse al feminismo, por cuanto no existe tan sólo uno. Es importante, ciertamente, tener presente que el desacuerdo entre partidarias y partidarios en determinados fundamentos epistemológicos  y políticos no es una excepción dentro de las filas feministas, lo que genera una variedad de planteamientos enfocados al abordaje de distintas problemáticas, sin desmarcarse del aspecto central que versa sobre los ejercicios de deconstrucción de las históricas diferencias sexistas que han privilegiado sistemáticamente al género masculino por sobre el femenino,  sentando las bases de una cultura cuyas manifestaciones, símbolos, significados, disposiciones y corporalidades se construyen sobre estas desigualdades de poder (Martínez Simancas, 2004).
Lejos de ello, tan sólo se pretenderá revisar algunos planteamientos que nos permitan iluminar con suficiencia para nuestros fines el problema sobre el cual nos hemos enfocado.
Se hace patente destacar que las perspectivas epistemológicas feministas, en virtud de su naturaleza histórica-política se gestaron sobre los mismos cimientos a partir de los cuales los movimientos feministas problematizaron el ordenamiento político-social patriarcal.
En este sentido, es posible identificar al menos tres momentos dentro de la dinámica de movimientos feministas hasta la fecha, los cuales se refieren habitualmente como “olas”. La primera ola, denominada Feminismo de la igualdad (De Jiles, 1985) responde principalmente a la necesidad de incorporar la opinión femenina dentro de las decisiones políticas mediante el sufragio, lo cual se gesta en países primer mundistas, llegando a concretarse en Chile el primero voto femenino en 1952. Tras las consecuencias del movimiento sufragista, los movimientos feministas comienzan a re-articularse desde múltiples espacios; a saber; desde la academia, la población civil, etc., hasta consolidar la segunda ola a finales de los años 60’ (Flores, 2004). Sobre la base de los movimientos feministas de esta época se utilizaron distintos aportes desde la filosofía y las ciencias sociales para construir una teoría de género. Entre las teóricas más destacadas del siglo XX se encuentra Margaret Mead y Simone de Beauvoir (Flores, 2004). La primera de ellas sedimentó una línea de trabajo con perspectiva de género desde la antropología, ofreciendo un sofisticado corpus de material empírico a partir de las indagaciones en la significación de las diferencias de género y la sexualización en adolescentes de Samoa, en una perspectiva comparada con la sexualización de los adolescentes norteamericanos. (Flores, 2004). En cambio, Simone de Beauvoir construyó nociones teóricas desde el existencialismo, relevando el papel de la ideología y los prejuicios que circulan en la cultura patriarcal e introduciendo en este sentido, un concepto que destaca el lugar que aquí ocupa la mujer; a saber: la Otra. (Flores, 2004).
Se reconoce como tercera ola a las revisiones de la segunda que se proyectan hasta la fecha, denunciando el colonialismo, el estereotipo de mujer e inclusive una forma de feminismo dominante: blanco, occidental, clase media, heterosexual; este último abordado, entre otras y otros, por Donna Haraway (1995), argumentando una imposibilidad para situarse y por tanto, encarnar apropiadamente las problemáticas contextualizadas en la comunidad desde donde surgen.
Hoy en día los feminismos comparten escena con perspectivas post-feministas que cuestionan tanto la posibilidad de sostener el constructo de género (Butler, 1999) como de sexo (Fausto-Sterling, 1998).



Influencia en latinoamérica

Latinoamérica suele ser un espacio de recepción de productos extranjeros que se instalan y deforman la localidad sus contextos inmediatos, fenómeno denominado colonización (Paredes & Guzmán, 2014). Al ver con ojos ajenos las culturas originarias, se produce y reproduce un ambiente de desprecio por los propios orígenes y costumbres autóctonas, tal que invita a su discriminación. Con todo ello y casi a modo de respuesta, Bolivia da lugar a su propia versión feminista, la cual responde a las inmediatas, locales, encarnadas y situadas necesidades de las comunidades e instituciones bolivianas según el proceso de cambio que las autoras refieren estar viviendo allí, haciendo hincapié en el rol de la mujer sobre una revolución para todas y todos. Galia Aguilera (2011) sostiene que el movimiento feminista en Chile desde la asunción de los gobiernos concertacionistas ha sufrido una desarticulación producto de la institucionalización y/o la academización de muchas de sus representantes, sin conseguir frutos para la lucha de las mujeres y sus demandas, conclusión reforzada por Politzer y Weinstein (1999), refiriendo mediante casos clínicos las opresiones a las cuales algunas mujeres se han visto sometidas en una sociedad conservadora y patriarcal.

Prejuicios

La inadvertencia de las relaciones de poder implícitas en las prácticas cotidianas que han privilegiado históricamente a los hombres, dificultan el desarrollo de acciones subversivas que problematicen y deconstruyan posiciones dominantes que determinan políticamente las posibilidades de acción de las mujeres, como denuncian Leache & Llombart (2006). Este sesgo aparece cual producto naturalizado de un bombardéo informacional constante e incesante que laboriosamente opera, entre otras fechorías, cosificando y objetivando a la mujer, presentándola como propiedad, ejemplo de ingenuidad, inferior, incapaz, etc. (La Ciudad de las Damas, 2014). Al momento de indagar sobre investigaciones que consideren estereotipia de género, Martínez Simancas (2004) elabora un desalentador diagnóstico ante la ausencia de publicaciones encontradas: los investigadores han sido casi siempre hombres y está tan arraigada la estereotipia en la relación entre hombres y mujeres que no se percibe (p. 24). Posteriormente, describe ciertas características que harían distinguible al estereotipo de género de los demás: son los más antiguos y fundamentan el orden social, estableciéndose desde el nacimiento (“¡Es niñito!” o “¡Es niñita!”); son universales, aunque difieren entre culturas; son invisibilizados, por lo que no es fácil notarlos puesto que el sexismo se encuentra interiorizado.
Otras luces de prejuicios podrían darnos Paredes y Guzmán (2014), quienes realizan una sistematización de los más frecuentes ante los cuales se han enfrentado. Por nombrar algunos:
1. Todas las feministas son lesbianas
(...) Algunas son lesbianas otras no lo son, no es obligatorio, ni requisito de los movimientos feministas ser lesbiana, (...) lo que sí hay que dejar claro es que nosotras nos respetamos unas a otras sin discriminarnos, ni por ser lesbianas, ni por ser heterosexuales. (...) En una sociedad machista, decir lesbiana a una mujer sea o no lo sea, es una manera de marcarla para que nadie se acerque a ella y a todo lo que haga o diga. (Paredes y Guzmán, 2014, p. 6-7)
2. Las feministas odian a los hombres.
(...) nuestra lucha es contra el machismo, no contra los hombres (...) porque el machismo discrimina a las mujeres, los machistas violan y pegan a las mujeres y a las niñas. (...) querer a los hombres de nuestras vidas, no significa que aguantemos y socapemos machismos de ellos, nosotras permanentemente estamos luchando contra sus machismos y contra los machismos que nosotras también tenemos. (Paredes y Guzmán, 2014, p. 7)
3. Las feministas son unas libertinas
Presuponen que las feministas nos acostamos y tenemos relaciones sexuales con cualquiera, o que andamos borrachas y drogadas por el mundo, eso tampoco es cierto. (...) Intentamos gozar nuestro propio cuerpo y que si estamos viviendo con pareja sea en libertad, respeto, amor y placer.” (Paredes y Guzmán, 2014, p. 8)
4. Las feministas son blancas y burguesas

(...) las mujeres somos parte de las clases sociales, no somos una clase aparte. Pero las mujeres en todas las clases sociales somos discriminadas (...) no es burgués ni colonialista luchar contra la violencia y la violación de las mujeres y las niñas en las comunidades y pueblos indígenas (...) [ni tampoco] defender el derecho a decidir si parimos o si abortamos, es nuestro cuerpo, es nuestra decisión (...) (Paredes y Guzmán, 2014, p. 9)

A grandes rasgos podríamos entender los feminismos como movimientos sociales y teoría política que develan la situación de desigualdad y discriminación hacia las mujeres en las sociedades patriarcales, en las cuales se perfila el universo simbólico en una doble conceptualización, lo masculino y lo femenino, recorriendo transversalmente la organización social: desde la política, la economía y el mundo laboral hasta la cultura, el arte y los modos de pensar y sentir de hombres y mujeres (Martínez Simancas, 2004).
En la actualidad existe un gran debate en torno a las políticas públicas y problemas psicosociales que se producen bajo este marco normativo. Los feminismos se han cuestionado y han arremetido contra esta institucionalidad promulgando la reivindicación de ciertas prácticas sociales que se sustentan en las relaciones de poder que devienen de la sociedad patriarcal, en tanto se producen y reproducen la heteronormatividad.
A lo largo de la historia, los feminismos se han visto enfrentados a innumerables concepciones externas en las cuales se evidencia desconocimiento de los postulados que los feminismos pregonan, esto, dado que se le ha significado de forma estereotipada y desfavorablemente, tanto a la teoría misma, como a quienes se identifiquen con ella, en este respecto, Miguel Álvarez (2008) refiere a que resulta incomprensible para quienes han estudiado la historia de los feminismos y conocen los avances que ha propiciado, encontrarse con que este “sigue disfrutando de una mala prensa considerable” (p.4).
Las visiones y significaciones que giran en torno a la idea de feminismos fueron vislumbrados en la investigación realizada por Martínez Simancas (2004) da cuenta de una asociación, gestada en las estéticas masculinas, de que lo feminista resulta en un impedimento para el establecimiento de relaciones socio-amorosas con hombres heterosexuales, siendo este un aspecto de suma relevancia puesto que genera una predisposición menos favorable respecto de los feminismos, y por lo mismo, una menor cercanía con estos movimientos en personas que no están dispuestas a dejar de relacionarse socio-amorosamente con estos hombres.
Explorar las visiones y significados que se pudieran tener respecto de los feminismos ayudaría a conocer por qué no existe una mayor adhesión e identificación con estos movimientos por parte de jóvenes universitarios. Por otro lado, esta misma exploración nos permitiría abordar aquellos prejuicios que enlodan esta corriente epistemológica y a la vez daría paso a la deconstrucción de los distintos estereotipos y roles en los cuales se enmarca.
La generación de conocimientos en aquellas áreas en donde las temáticas que se abordan tienen relación con grupos que son desplazados, categorizados y estigmatizados contribuye en gran medida a la reformulación de las dinámicas sociales, así como pone fin a aquellas prácticas sociales que se sustentan bajo los parámetros de la heteronormatividad y la desigualdad de género, prácticas que generan, reproducen y perpetúan la discriminación, prejuicios, machismo, norma, sexismo, dominación y opresión.
Es en este sentido, en donde la búsqueda del conocimiento aporta al proceso de liberación de hombres y mujeres que ven sus cuerpos y relaciones socio-políticas instauradas en un sistema que los reprime. Asimismo, este sistema configura la realidad incluso para atacar e invisibilizar aquello que le está haciendo frente y pone en peligro su hegemonía.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Intersexualidad: Cuerpos subversivos ante la imposición de la dicotomía sexual.

El debate en torno al discurso hegemónico respecto de la determinación biológica del género versus la concepción de éste como construcción social, no es nuevo, sin ir más allá, la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1949), hacía mención a este conflicto en su libro “El segundo sexo”  refiriendo: “mujer no se nace, se hace”(p.109).
La subjetivización de la dicotomía hombre-mujer ha servido como mecanismo normalizador, disciplinario y de control de las identidades de cada individuo. Este discurso que incluye una concepción biomédica ha impuesto y perpetuado las nociones de que sólo existen dos sexos, que cumplen funcionalidades y características distintas y son excluyentes entre sí.
Si la identidad está determinada, o en última instancia relacionada a los genitales que se llevan bajo la vestimenta, entonces, cómo se categoriza a aquellas personas que no se identifican con su sexo o que poseen ambos y por ende no califican dentro de esta norma.
En el último tiempo, han salido a la palestra casos en donde este problema se hace palpable. Como es el caso de un joven chileno intersexual que fue intervenido quirúrgicamente luego de haber nacido. Hasta su adolescencia se desarrolló como “mujer” debido a que sus genitales corresponden a lo que se ha definido como “femeninos”. Las consecuencias que esta decisión médica trajo consigo, fue la no identificación con el sexo que le fue impuesto, y todos los problemas psicosociales que esto conlleva, posteriormente, hay un cambio de identidad sin intervención quirúrgica.
Resulta patente como la reproducción de un discurso normalizador recae sobre los sujetos interfiriendo en su derecho a elegir respecto de su propia sexualidad, puesto que “la exigencia médico legal de un sexo va unida a la exigencia de una determinada sexualidad” (González Vázquez, 2009:238).
Qué sucede entonces, cuando se limita toda posibilidad de decisión. Si bien, la lógica del modelo biomédico, es intervenir para lograr una adaptación social de estos “cuerpos diferentes”, lo hacen desde un sistema bipartidista sexual, que se sitúa como dispositivo biopolítico para establecer categorías, subjetividades, conductas, y pautas de relación interpersonal, por medio de las cuales los sujetos construyen su self. En tanto, Escabí-Montalvo y Toro-Alfonso (2006) señalan que:  
«Desde esta relación de poder, los dispositivos que funcionan a base de estos discursos móviles y polimorfos buscan la proliferación e invasión de los cuerpos para penetrarlos y controlarlos. De esta manera, desde los dispositivos de vigilancia surge una caza de cuerpos, sexualidades, géneros alternos o periféricos, que produce una incorporación de perversiones y una nueva especificación de individuos» (p. 763)


Por tanto, la estigmatización producida y reproducida por la heteronormatividad impuesta, se traduce en una consecuencia del problema psicosocial -subjetivización de la dicotomía- y por consiguiente, punto relevante en el abordaje de este.
En la actualidad existen movimientos y teorías que se organizan en pro de la deconstrucción de la dicotomía hombre-mujer. En este sentido, encontramos que el cuerpo dócil, desde una mirada foucaultiana, que es moldeado por esta dicotomía establecida, y que se escapa de ella, se vuelve, performativamente, en cuerpo subversivo, en este sentido, podemos entender al intersexual como al poseedor de un cuerpo inherentemente subversivo -por encontrarse, de manera natural, fuera de las categorías definidas- transgresor de las dicotomías señaladas, constituyendo “un gran desafío a la heteronormatividad (Kessler, 1997; Wiegman, 2006, citados en González Vázquez, 2009: 236) y al status normativo de la heterosexualidad, es esta performatividad del cuerpo subversivo la que conduce a la problematización del género (González Vázquez, 2009).  
La construcción psicosocial del género se da en el marco de lo que se conoce como procesos de socialización, procesos que reproducen las mismas pautas y etiquetas para designar y diferenciar lo masculino de lo femenino.  Con esto, ya no sólo se precisa la genitalidad como apariencia correspondiente a mujer u hombre sino que además, se determina las funciones y prácticas fundamentales, como lo señalan Cabral y Benzur (2005):
«El género no se anudaba por lo tanto, desde un principio, y como gesto fundante, instituyente, de una subjetividad genérica, legal, lingüísticamente posible, solamente a través de su inscripción literal en el cuerpo, sino que esa literalidad se extendía a la proyección de prácticas constitutivas de la feminidad y la masculinidad – tales como la penetrabilidad de las mujeres, o la capacidad de penetrar y para orinar de pie en los hombres.» (p. 289)


Por otra parte, podríamos acotar que, a partir de los señalado por Escabí-Montalvo y Toro-Alfonso (2006), la mayoría de los estudios relativos al sexo, género y sexualidad siguen circunscritos a un contexto legitimador de los sistemas dicotómicos para dichas categorías, y pese a que aún cuando existen transgresiones, cuerpos subversivos, como el del intersexual, en nuestra sociedad se nos hace difícil posicionarnos desde fuera de estas categorías que conforman los binomios, esto, en parte, porque estos discursos dicotómicos aún son reproducidos desde la Medicina y la Psicología, en el caso de los psicólogos, estos operan como dispositivos disciplinarios enseñando el “cómo socializar a [los] hijos de acuerdo al género asignado” (Diamond y Keith, 1997; Dreger, 1998, citados en Escabi-Montalvo & Toro-Alfonso, 2006:765).
La naturalización de estos discursos se ha transformado en una limitación en el quehacer de la psicología y en la reproducción de estas cosmovisiones en general.
Por otra parte, han surgido propuestas de abordaje para estos problemas psicosociales, que se sitúan en la perspectiva de género. Abordajes que trabajan en base a la deconstrucción de los paradigmas hegemónicos y en post a la legitimación de otras posturas. Siguiendo esto, cabe la intersexualidad como una nueva categoría, un tercer sexo o volvemos a un mismo circuito de crear clasificaciones que siguen respondiendo a las mismas prácticas sin atacar el problema de fondo y sin dar paso a entender la sexualidad y la construcción de la identidad como un continuo entre hombre-mujer que no se determina mediante una norma, sino que el sujeto es quien lo construye  en base a la libertad de decisión sobre el propio cuerpo, sobre cómo se relaciona con él, lo que hace con él y con quién lo hace.

Se debe mencionar también que la agitada contingencia nacional respecto a las movilizaciones sociales ha servido de plataforma para manifestar los distintos problemas psicosociales que hoy se encuentran presentes a nivel país, cuyo denominador común recae en la acción crítica de nuevos discursos que se contraponen a los discursos hegemónicos del  sistema, estos nuevos discursos críticos irían en pos de un desbaratamiento del status quo y siendo productores y producto de las transformaciones sociales.